Bilis negra.
– 2020.
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En estos extraños momentos de confinamiento puedo ir ampliando una serie de dibujos que constituyen una especie de atlas que hace poco tiempo que empecé. Después de una parón de años sin dibujar he ido elaborando series de gesto más automático para sintonizar con otras esferas de realidad, y otros de factura lenta con imágenes que me repercuten mentalmente.
Los clásicos griegos hablaban de bilis negra para referirse al campo de sentimientos y estados psíquicos que transitan entre lo que más tarde se describió como acedia o pereza. Giorgio Agamben rastrear estos estadios desde la escolástica hasta la modernidad en el segundo capítulo de su libro Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Según él, la bilis negra era considerada en los tiempos medievales como uno de los siete pecados capitales; más tarde, en el renacimiento pasa a ser considerada como un estado propio de filósofos y artistas (recuérdese el célebre grabado de Durero titulado Melanconía, en que la misteriosa figura del poliedro evoca un enigma donde la extrañeza impacta su saeta en nuestra mente , mientras la figura pensativa del retrato ilustra el estado mental introspectivo). La bilis negra la encontramos tanto en las reflexiones y la mirada de Walter Benjamin sobre el objeto artístico aurático, como en su sospecha sobre el mundo que se desvanece detrás del peso del progreso (basta con recordar el imponente metáfora que despliega raíz de la contemplación del cuadro Angelus Novus de Paul Klee en su novena tesis sobre el concepto de historia). También podemos oler la bilis negra en el pensamiento en imágenes de Aby Warburg que capta, en la aparente discontinuidad heterodoxa de sus eneagramas, los hilos conductores de una cultura que en nuestra contemporaneidad parece tan lejana y que él rastrea a partir del su Atlas Mnemosyne.
En tiempos de coronavirus y confinamiento necesitaremos recuperar lo mejor de nosotros mismos y restituir la acedia y la melancolía en sus acepciones originales y no en sus interpretaciones escolásticas, para frenar el desenfreno veloz de un capitalismo ultraneolliberal que se aleja de la esencialidad de los seres vivos, destroza los lazos comunitarios y derrumba en la desidia, el miedo y las complicidades ignorantes y consumistas el destino del planeta. De cada uno de nosotros depende.
Confinamiento, 14º día.
Imágenes que se imprimen en el cerebro en medio de la incertidumbre, el dolor, el ruido mediático y la solidaridad. Dibujar esta serie resulta catártico, pero empiezo a sentir la necesidad de entregar de nuevo otros fantasmas gráficos más rabiosos. El polvo, la ceniza y el grafito que utilizo para los dibujos se deshace como el tiempo de paréntesis vivido estos días. La no consistencia de estos materiales insistentemente perfilados en las formas se deshace en las manos, los papeles y en la mesa. Sólo borrando después de esparcir la suciedad, surgen las luces. Quizá sea así en los tiempos que vienen y que no soy capaz de vislumbrar.
Confinamiento, 32º día.
Como en toda colección, las imágenes que están en el origen de este tipo de archivo que llamo Bilis negra provienen de filiaciones diversas. Algunas de ellas nacen de la contemplación de algunos objetos de mi entorno cercano, otros obedecen a una reiterada fijación, como en el caso de las manos mostrándose o sosteniendo objetos; los hay que provienen de fotografías históricas de edificios, diseños y carteles de autores relacionados con la Bauhaus (Moholy Nagy, Herbert Bayer, Renger Patzsch), y estimulan el recuerdo y el deseo de una manera de poner en juego la gramática visual y el arte en relación con el mundo. También los hay que fragmentan la figura o la encuadran el espacio en un formato que sesga la mirada o la focaliza hacia un punto. Con todo, la apropiación heterogénea de motivos y la composición de su disposición final pretenden formar un continuum visual no ordenado, donde, a través de las direccionalidades de líneas, los contornos de los volúmenes y la relación de claros y oscuros se diluyan en una serie de figuras abstractas más allá del reconocimiento evidente.
El confinamiento provocado por la terrible pandemia está lleno de silencios ignotos, incertidumbres tremendas, ausencias dolorosas y tiempo dilatado. La práctica del dibujo se convierte en un intento de meditación sesgada, efectúa una distracción consciente en este paréntesis y ofrece una vía de apropiación de una realidad que se deshace entre las manos.
Últimamente pienso si es posible el hecho artístico sin una mano que haga y un ojo que vea, sospecho que sí, pero que no nos damos cuenta y que probablemente este sea un hacer gratuito, radicalmente libre, no vanidoso y que ha existido siempre en el silencio absoluto o en la naturaleza autosuficiente, la que no tiene memoria, ni conciencia pero sí potencia, entropía y funciona más allá de la acción humana.